lunes, 21 de mayo de 2012

El peregrino...


El peregrino alzaba la mirada, el camino hacia Santiago era cada vez más difícil. Hace algún tiempo cuando todo comenzó, parecía como si su corazón tuviera alas. El cansancio parecía desvanecerse luego de un largo día con solo cerrar los ojos y pensar en ella. La sola idea de saber que existía, que en algún recodo del camino lo estaría esperando tras una broma, era suficiente para recargar los ánimos y volver a emprender el camino.


Cuando la conoció, fue como si en su estómago un enjambre de mariposas echara a volar, sus manos sudaban, su corazón parecía no caber en el pecho, las orbitas de sus ojos eran demasiado pequeñas para su asombro. Era como si toda la perfección del universo la hubieran encerrado en aquel sencillo cuerpo de mujer. ¿Cómo era posible que se hubiera creado criatura cómo aquella? Sus primeras palabras rompieron la barrera del silencio y fueron aceptadas. Estaba al alcance de un abrazo, que en aquel entonces también fue aceptado. Parecían conocerse desde hacía mucho tiempo. Los sonidos huecos de las palabras sobraron, la música la puso el viento, la luz la luna, el misterio la noche y un beso cómplice cerró el pacto de las idénticas almas que se unían. Desde entonces ambos corazones latían a un mismo compás, era como si en vez de dos solo existiera uno. Luego vino la distancia, el tiempo y los contratiempos, las lluvias en el camino, las calientes tardes veraniegas, las marchas en silencio con unas pocas gotas de agua para ambos, todo lo resistieron juntos. Y también los baños de aromas entre las flores silvestres, y los chapuzones en los manantiales que encontraban a su paso, y compartieron cada poco de comida entre ambos, y soñaron despiertos. Era como si cada día que pasara fueran más la misma persona. Hasta que una tarde, sin saber cómo, ni cuando, ni dónde, aquel ser de otro mundo que había llenado de vida los días del peregrino, se deshizo en el aire, se fue, y solo dejó el vacío de su recuerdo. 

Ahora la marcha hacia Santiago es más difícil que de costumbre, el peregrino vuelve a alzar la mirada, pero ella no está, solo quedan las piedras bajo sus pies, el sonido de los pájaros caprichosos y un camino que ahora parece no acabarse jamás.

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